Erviti declaró hace unos días que con Falcioni era capaz de ir a la guerra. Lo dijo de modo figurado. Aunque al no subirse al micro de Banfield rumbo a la pretemporada suena más literal...
Su pedido al club de dos o tres días de licencia para resolver trámites personales no parece verosímil, aun a riesgo de caer en un error de lectura. Se acerca más a una fuerza de choque, a un método de presión o directamente de extorsión para que Banfield acceda a transferirlo a Boca. Erviti hasta hace unos días se había dejado ver conciliador, agradecido al amor de su gente, sólo en contra de una sobrevaloración de su ficha, tasada por el presidente Portell en 4.000.000 de dólares. Su silencio, en cambio, se escucha más contundente. Fácilmente se podría subtitular que él quiere jugar en Boca. Potenciado por la arenga telefónica (casi) permanente de Falcioni...
Erviti, lo sabe, lo asume, así pone en riesgo su relación con la tribuna, se enfrenta con los dirigentes de Banfield y se expone a una mala mirada de algún compañero. Se vaya o se quede finalmente. Los hinchas de San Lorenzo también podrían sentirse traicionados por su elección. Y para completar el combo poco feliz, su salida sería indefendible desde los papeles: tiene contrato hasta el 2014 con un sueldo de estrella de equipo grande.
Ahora bien, parados en soledad frente al espejo, ¿quién dejaría escapar la chance de ponerse la camiseta de Boca sin jugarse para lograrlo? ¿No se buscaría forzar la decisión personal? Erviti tiene 30 años y un técnico que le ofrece ponerlo en la primera línea de uno de los dos equipos más importantes del país. Tal vez su último gran desafío...
Soldado que huye sirve para otra guerra. Pero no juega en Boca.
